Juan estaba muy nervioso.
- No debo dormir-se repetía-. No seré alimento de esa ponzoñosa arpía.
(¿Qué es ponzoñosa?)
De que aquellos ojos profundos de mirada insostenible lo estaban
esperando en el vacío de sus sueños, se encontraba convencido. Y esto le
provocaba un sentimiento de terrible angustia.
Incluso a él que entendía la venganza como propia de los espíritus
nobles, la tortura a la que estaba siendo sometido se le antojaba como
la más cruel y desmedida de cuantas puedan ser imaginadas.
Prefería contemplar la descarnada Luna, como ojo demoníaco entre la
negrura envolvente del abismo enlutado, y su palidez inmaculada cuya
blancura es más siniestra que las tinieblas de lo subterráneo; a
abandonarse a merced del sueño.
Muchos y muy lánguidos fueron los gemidos de las entrañas del alma
que esta inquietud le arrancó, llegando a ensordecer el susurro de la
soledad, asfixiando los versos de la elegía que el silencio entona. Y
muchas fueron las noches que pasó sin dormir intentando entregarse a
repasar viejas páginas roídas sobre historias olvidadas.
Pero grande era la pena que cubría su pensar. Sentía como sobre su
cráneo descansaba el peso de toda la existencia. Si se le hubiese
preguntado, con toda seguridad hubiese respondido que esa mirada no era
humana. Que se trataba mas bien de negras agujas que se enterraban en
las más hondas profundidades de su voluntad. O quizá más probablemente,
de un espejo entre llamas que arrancaba las imágenes más mezquinas de su
ser.
Con toda seguridad hubiese respondido que esa mirada era propia de
una forma de vida mucho más antigua y poderosa. Que ya era remota cuando
el mundo aún era joven.
-Ella estará allí. Aguarda su momento-se decía-. No olvida que no se deja vencer con ruegos y que no es posible que escapemos a ella.
Y tras perder la cuenta de sus noches en vela, haciendo ya horas
que se le hubo extraviado en los laberintos de su consciencia la razón,
la cadena de alaridos que vociferó fue tan atroz que más no lo habría
sido si el abismo se hubiese abierto para liberar la angustia de los
condenados. El clamor de lamentos sólo fue sofocado para proferir con
aterrador tono: "¡Vete, vete!" mientras, dando vueltas, sacudía
manotazos a su alrededor de modo, en apariencia, arbitrario.
A causa de su doliente estado, en un dinamismo marcado con un
amargor y una distorsión mayores aun que los que el mármol eternizase en
Laoconte, se le tornó la expresión.
No encontrando manera alguna de aplacar la inclemente ansiedad que
le mortificaba, se puso a beber hasta que la embriaguez le hubo
derribado al suelo. Finalmente, y poco antes de quedarse dormido,
balbuceó para sí mismo: "¡Que no haya tiniebla!".
Su mirada se ahogó, fue a morir a los párpados de la aurora de otro
mundo. Sintió, con un sentir obscuro y abismático, cómo se hundía en
esos ojos negros hasta la entraña que tanto temía. Nada, muerte y vacío,
era todo lo que acababa por ser reflejo de aquellas negras pupilas. Se
tornaba en abismo todo lo que aquellos ojos contemplaban.
Saboreó amargamente su alma en la boca. Sólo caída hubo después,
violenta y profunda, con un caer veloz y prolongado que parecía no tener
final.
Fue encontrado al par de días completamente aplastado contra el
suelo, en igual forma a la que se encuentra a los que caen desde
inmensas alturas. Entre cuerpo putrefacto pleno de morbidez y desecho
desgarrado que hubiese hecho las veces de canapé para una gran rapaz,
era su cadáver. Su olor era el del vaho sangriento de mil fúnebres
festines.
Fuente: http://www.taringa.net/posts/paranormal/9258659/10-Historias-de-terror-infaltable-en-un-campamento.html
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